Inspirado por la última odisea de Ceronne (el cual ya se encuentra sano y salvo en Francia), me acordé de varias de mis aventuras en aeropuertos durante los viajes que he tenido la oportunidad de hacer.
De la que más me acuerdo es de una que también me pasó con Delta, en un viaje Helsinki-Londres-Atlanta-México, D.F. Teniendo un boleto de viaje redondo con validez de un año, al efectuar el viaje de vuelta cuando llegué a Atlanta me dijeron que “qué pena, su vuelo ya no existe”. Para no hacerles el cuento largo, después de dar dos vueltas de un lado al otro del aeropuerto, donde me rechazaban en cada mostrador (“No joven, es el que está por allá”), por fin me encontré con un paisano en uno de ellos que por fin me echó la mano, y me dio un pase para abordar mi vuelo final, para el cual tuve que correr como desaforado. Lo más sarcástico de todo es que mi vuelo a México salía a dos salas del vuelo del que había llegado de Londres.
En otra ocasión, íbamos a México para pasar Navidad, volando Helsinki-Frankfurt-México, D.F. Cabe mencionar que esa es mi ruta preferida para cruzar el charco puesto que es bastante directa, y aunque el servicio de Lufthansa no es el más amable ni el hub de Frankfurt el más bonito, es definitivamente funcional. Ese año había habido unas tormentas de nieve espantosas en toda Centroeuropa, y desde que nos documentamos en nuestro vuelo desde Helsinki sabíamos que no íbamos a llegar a nuestro vuelo a México (cabe mencionar que las filas eran inmensas, y al contrario de lo que pasa normalmente, había gente tratándose de meter, por lo que casi organizo una gresca). Al llegar a Frankfurt nos encontramos con lo esperado: el avión a México ya se había ido, pero también con lo inesperado: Lufthansa no nos quería ofrecer alojamiento porque “sabíamos a lo que nos ateníamos”. Después de mucho discutir, nos mandaron a un hotel donde pasamos la noche, y al día siguiente pudimos tomar el vuelo al D.F. sin problemas. Lo más chistoso de todo esto es que nos habían ofrecido quedarnos en Bruselas y esperar el vuelo del día siguiente, pero fue mejor que no lo hicimos porque nos habríamos perdido la oportunidad de pasar Navidad en México.
Con los agentes de seguridad y migración, normalmente no me pasa gran cosa. En Heathrow siempre me han tratado bien, en E.U.A. no me la han hecho más de tos que lo normal (ojo, antes del 11/IX/2001) , y en Japón hasta me sonrieron. Lo chistoso es cuando entro a Schengen, ya sea por Frankfurt o por Helsinki, donde aunque hablara finés siempre les tenía que decir dónde trabajaba para que me dejaran pasar, mientras Amsterdam, Viena y París siempre han sido bastante tranquilos. Bueno, todo esto se quedó corto cuando fui a Israel. El problema incluso no fue la entrada (aunque tenía un sello de los Emiratos Árabes Unidos, para ellos no fue mayor cosa, el problema va a ser cuando vuelva a ir a un país árabe), sino la salida. Al salir, pasamos por dos retenes donde tuvimos que enseñar el pasaporte antes de entrar a la terminal del aeropuerto. Antes de llegar al mostrador de documentación, tuvimos que pasar otro control con un militar donde nos hizo preguntas durante al menos quince minutos, en el que le puso a mi maleta y mi pasaporte la espantosa calcomanía violeta. Después, a mi maleta la pasaron por un detector de rayos equis del tamaño de una máquina pequeña de inyección de plásticos (de como 8 metros de longitud). Inmediatamente después, tuve que abrir mi maleta, y sacar todo lo que tenía para que le hicieran un análisis de explosivos (donde pasan un paño por la maleta y lo meten a un analizador para ver si tienes algo raro). Después de eso, pudimos hacer nuestra documentación y seguirnos hacia la terminal. Para entrar a la terminal, tuvimos que pasar por otro chequeo de seguridad, y como yo tenía la espantosa calcomanía violeta (soy moreno y joven, terrorista seguro, jajajaja) pasé por seguridad extra fuerte otra vez. Ahí me hicieron que me quitara los zapatos y el cinturón, y me hicieron varias pregutnas sobre lo que traía (equipos, los cuales les empecé a vender por si les interesaba). Cuando vieron que no los estaba choreando, me dejaron pasar. Yo lo tomé como venía todo el tiempo y fui bastante amable y cortés, pero ahora que lo pienso, sí estaba canijo.
Total, después de estas tres aventuras, ahora que regresé de Bruselas y tuve que esperar varias horas en Munich (al ver que no llegaba a mi conexión, la aerolínea me cambió de vuelo y me imprimió otro pase de abordar automáticamente) la verdad es que fue muy, muy leve.