Hablando con algunas personas, me he dado cuenta que nosotros también podemos ser racistas, aunque prefiramos quejarnos amargamente de cómo tratan a nuestros connacionales en Estados Unidos.
Nos llegamos a quejar de la mafia coreana, de los inmigrantes argentinos, centroamericanos, chinos o judíos, y aunque sabemos que somos la mezcla de la mezcla de la mezcla, he oído quejas contra los negros o los árabes.
Tod esto viene a colación porque una persona que me visitó hizo un comentario con una mezcla entre sorpresa y desdén sobre la cantidad de personas de religión musulmana que viven en Bruselas. Cuando le hice la observación que alguien podría quejarse sobre la cantidad de mexicanos viviendo en Estados Unidos, guardó silencio. Eso, francamente, es racismo.
Algunas veces me gustaría que no viéramos la paja en el ojo ajeno sino la viga en el propio. Si queremos que el mundo se abra a México, México también tiene que abrirse al mundo.