Y por eso lo escribo. El primer fin de semana de diciembre salí con un par de amigos a tomarnos un par de cervezas. En el bar escuché a un grupo de hispanoparlantes, uno de los cuales estaba absolutamente seguro de que era del sur de la Ciudad de México. Como se veían más o menos jóvenes (treintañeros), decidí acercármeles, y con ellos pasamos juntos la velada hablando de política y cosas peores de una manera amena.
Pueden imaginarse mi sorpresa cuando me voy encontrando el blog de uno de ellos, en el cual echaba pestes de mí y de mis acompañantes. Aunque la indignación fue momentánea (al fin y al cabo, qué importa), francamente no me esperaba ese tipo de actitudes infantiles de una persona adulta y supuestamente de amplios horizontes.
Uno no es monedita de oro para caerle bien a todo mundo, pero me voy dando cuenta que en todos lados se cuecen habas. Qué lástima.